Kelümilla: El “oro rojo” mapuche que conquista paladares

NOTICIAS |
01/10/2025
Imagen de la publicación

A sus 62 años, Isabel Levio, mujer mapuche de Ranquilco Alto, ha convertido su herencia cultural en un emprendimiento que lleva el sabor del sur de Chile a distintos rincones del país e incluso más allá de sus fronteras. Se trata de Kelümilla, marca de merkén y otros productos artesanales cultivados y elaborados en su propio campo.

Nacida y criada en el campo, decidió recuperar la tradición de su madre. “No quería opiniones suaves de la familia. Repartía degustaciones a personas que no conocía y les pedía que fueran críticas para poder mejorar”, recuerda.

Kelümilla significa “oro rojo”, y para ella no es solo un producto: es identidad. “Escogí el merkén pensando como mapuche, en lo que representa. Me permite trabajar en mi casa, en mi tierra y vivir de lo que amo”, explica.

Comenzó en 2014 con apenas 300 plantas de ají. Un año después ya tenía 1.500, y así, con cada temporada, fue aumentando su producción. Poco a poco se fue abriendo en ferias y tiendas. “Mi merkén es único, del campo a la mesa, sin químicos y con ahumado de tres meses. Si quiere, compare con otros, pero el mío tiene color, aroma y sabor que vienen de la tierra”, afirma con orgullo.

Su producción alcanza un mínimo de 500 kilos al año, con un proceso artesanal que comienza en marzo con la cosecha y culmina recién en septiembre, tras un prolongado ahumado con leña de aromo. Además del merkén, cultiva y vende maqui, miel, café de trigo y pimienta de canelo, todos productos propios de su predio.

¿Cómo elabora el Merkén?

Isabel usa misma receta que todos tienen, pero todos compran el ají, y yo en cambio, cultivo desde la semilla, nada de químicos, todo natural, directo del campo a la mesa. “Este año me quedé sin stock. Cosecho mis ajís en marzo, y para poder hacer el merkén ahumado, lo tengo que dejar ahumando, mínimo 3 meses. Tengo una producción de al menos 500 kilos al año.

Su espíritu emprendedor la llevó, en 2014, a representar a su pueblo en un encuentro empresarial, donde habló de su “locura” de querer que su merkén viajara por el mundo. Aquella intervención le valió una invitación a Estados Unidos para conocer otros emprendimientos. “No me gustó mucho, todo era tecnología y yo solo tenía 1.500 plantas. Pero aprendí a ver lo negativo para transformarlo en positivo. Hoy tengo riego automático”, relata.

En su campo trabajan cinco personas, repartiendo las labores entre cultivo, cuidado de animales y limpieza del ají. Todo el proceso es local y familiar. 

Footer Image